Van quedando pocas cosas de lo que era el Glorioso hace una década. Primero, dejamos de ir a competiciones europeas. Luego, dejamos de salir en los cromos y en el ppv. Después desaparecimos de las quinielas. El pasado año nos quedamos fuera de la Copa hasta que la RFEF tuvo a bien ampliar el cupo de equipos que jugaban el Campeonato de España. La semana pasada renunciamos a la numeración por jugador y a la personalización de las camisetas. Por menos que esto hay países que han pedido un rescate. Nosotros lo hicimos vía concurso de acreedores y venta al diablo en repetidas ocasiones.
¿Qué queda? Pues lo fundamental: un club, unos colores, una historia de más de ochenta años -el club va con la esperanza de vida de la zona- y, a nivel competitivo, una ubicación en la zona baja de donde nos ha ido correspondiendo atendiendo a promedios estadísticos a lo largo de estos años. Queda la Copa, la competición que empieza hoy el equipo ante un rival de inferior categoría que anda un poco despistado aún, parece ser.
Y queda algo más importante, y ciertamente novedoso en la historia de un club que ha vivido en la semiclandestinidad en su propio entorno en buena parte de su larga vida: más de seis mil abonados, que siguen ahí pese a la década horrible que nos ha tocado en el último tramo de nuestra travesía. En ocasiones anteriores, el descenso de Primera hasta muy abajo, como es el caso, había venido acompañado de turbulencias económicas que llevaron al club a las puertas de la desaparición -hasta ahí la historia se repite calcada- y de una deserción masiva de abonados, cuyo número llegaba a ser muy reducido, como para llenar solo en parte uno de los fondos del actual Mendizorroza. ¿Cuánto tiempo más aguantará el club con más de seis mil abonados si sigue dando bandazos fuera de la LFP? Esperemos no llegar a saber nunca la respuesta. Porque la cantidad de abonados que hay ahora empieza a ser milagrosa.
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